El tema del discernimiento lo tenemos bien sabido en la espiritualidad ignaciana. Es esa brújula interna que nos ayuda a escoger lo que más nos acerca a Dios y a los demás. Pero, ¿te has parado a pensar en cómo podemos aplicar el discernimiento en nuestra vida diaria, específicamente cuando se trata de cuidar el planeta? Pues eso es lo que llamamos discernimiento ecológico: usar nuestra capacidad de elegir con cabeza y corazón, para tomar decisiones que estén en sintonía con el cuidado de la creación.
La casa común: más que un eslogan
Últimamente escuchamos mucho la frase «cuidar la casa común», sobre todo desde que el Papa Francisco sacó la encíclica Laudato Si’. Pero ¿qué significa en la práctica para ti y para mí? Significa que este planeta es nuestro hogar, el de todos, y está en nuestras manos evitar que lo destrocemos con decisiones que, aunque parezcan pequeñas, tienen un impacto real. Y aquí es donde entra el discernimiento.
El discernimiento no se trata solo de las grandes decisiones espirituales; es una herramienta que también podemos usar para escoger si compro ese producto empaquetado en mil plásticos o si prefiero llevarme algo más sostenible. O incluso para decidir si me voy en coche a todos lados o si puedo caminar o usar la bici.
Escuchar los movimientos del corazón
En la espiritualidad ignaciana, el discernimiento tiene mucho que ver con escuchar el corazón. ¿Qué siento cuando pienso en el cuidado del medio ambiente? Si somos sinceros, muchas veces sentimos una mezcla de cosas: preocupación, impotencia, incluso culpabilidad por no estar haciendo lo suficiente. Pero el discernimiento no va de castigarnos, sino de ir afinando esa escucha interna para sentir qué es lo que Dios me invita a hacer, aquí y ahora, con lo que tengo y desde donde estoy.
A veces, puede que sientas que lo que haces es insignificante: reciclar, reducir el consumo de carne, apagar luces. Pero esos pequeños gestos, cuando se hacen desde el deseo de cuidar la creación, se convierten en actos de amor. Y ahí es donde entra el discernimiento: en cómo enfocar esos gestos con intención, con un sentido de misión.
Discernir en lo cotidiano
El discernimiento ecológico no necesita de grandes retiros espirituales para hacerse. Puedes ponerlo en práctica cada día. Por ejemplo, piensa en tus compras diarias. ¿Cuántas veces elegimos productos sin pensar en el impacto que tienen en el planeta? Con un poco de discernimiento, podemos preguntarnos: ¿realmente necesito esto? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su huella ecológica?
O en el tema de la energía. ¿Nos paramos a pensar si podríamos reducir nuestro consumo? ¿Apagar los electrodomésticos que no usamos o evitar el uso innecesario de aire acondicionado? Puede parecer obvio, pero el discernimiento te ayuda a ver que cada decisión, por pequeña que parezca, tiene un eco en el cuidado de la casa común.
El «magis» ecológico
Si estás familiarizado con el concepto del magis ignaciano, sabrás que no se trata de hacer más cosas porque sí, sino de hacer lo que más nos lleva hacia el amor y el servicio. Pues bien, en el terreno de la ecología, el magis podría ser encontrar maneras más profundas y eficaces de vivir este cuidado. No se trata solo de «hacer lo mínimo» por el medio ambiente, sino de preguntarnos: ¿Cómo puedo ir más allá? ¿Qué más puedo hacer para vivir en armonía con la creación? Y no porque nos lo impongan, sino porque sentimos ese deseo interno de colaborar con Dios en este proyecto de cuidado del planeta.
Actuar desde el amor, no desde el miedo
Es fácil sentirnos abrumados por el cambio climático y las noticias desalentadoras que escuchamos a diario. Pero el discernimiento ignaciano nos enseña a actuar desde el amor y la esperanza, no desde el miedo. Dios no nos llama a ser héroes que lo solucionan todo, pero sí a ser responsables con nuestras decisiones. Y aquí está la clave del discernimiento ecológico: hacer lo que está en nuestras manos, en nuestra realidad, sabiendo que esos pequeños pasos son parte de algo más grande.
En comunidad, mejor
Otra cosa que la espiritualidad ignaciana siempre nos recuerda es que no estamos solos en este camino. El discernimiento ecológico también puede ser un proceso comunitario. ¿Cómo podemos, como grupo o familia, discernir juntos las mejores formas de cuidar la creación? Ya sea en una comunidad parroquial, en la familia o en el trabajo, tomar decisiones juntos sobre cómo reducir nuestro impacto en el planeta puede ser un camino hermoso para vivir la espiritualidad de forma concreta.
Conclusión: ¿Por dónde empezar?
El discernimiento ecológico comienza con la conciencia. Abrir los ojos y los oídos a lo que pasa a nuestro alrededor. Y después, dejar que eso toque nuestro corazón y nos mueva a actuar. No se trata de hacer cambios radicales de un día para otro, sino de ir caminando, paso a paso, hacia una vida más acorde con el cuidado de nuestra casa común.
Recuerda que cada pequeño acto cuenta. Si vivimos con esa intención de cuidar el planeta como expresión de nuestro amor por Dios y su creación, estamos en el buen camino. Y eso es lo que al final importa en este discernimiento ecológico: caminar con amor, con gratitud y con la certeza de que nuestras pequeñas acciones son parte del gran proyecto de Dios para el mundo.